Homenaje a Hiroshi Hara en Uruguay

Mayo de 2010

El arte de improvisar:
una visita en primera persona al Atelier Phi

Por Ana Inés Maiorano Marton
Grupo de Viege Gen. 2003

Visita Hara_20 MAY 2010 (1)

El 16 de mayo de 2010 el grupo de viaje aterrizó en Japón. El itinerario se había organizado para estar en ese país por dos semanas, como en general venían haciendo los grupos previamente. Se estilaba pasar unos cinco días en Tokio, desde allí moverse en tren hacia localidades  cercanas por el día, y luego repartir el resto del tiempo para visitar otras ciudades. En el caso de mi grupo de viaje serían Osaka y Fukuoka.

El 17 de mayo le envié un correo a Hiroshi Hara. No es que lo recuerde sino que al buscar cómo es que había aterrizado en su estudio  encontré el mail: el subject decía “to Mr. Hara”. Siete breves líneas, lunes a las 22.08. Me dio bastante ternura releer que le escribí como si se tratara de un amigo de toda la vida que entendía perfectamente la situación: Please let me know if you are in town” (Por favor, dejame saber si estás en la ciudad). Claramente la formalidad del asunto se había diluido.

Muchas recorridas y caminatas sucedieron el martes 18 y miércoles 19. Aún no tenía respuesta de Hara. Algo hizo que igualmente decidiera “auto-invitarme” a su estudio.

El jueves 20 no recuerdo qué hice por la mañana, pero sí tengo bastante presente el momento en que me armé con un mapa (ya bastante baqueteado), botas y paraguas para la lluvia, pase de tren, cámara de fotos y listo. Al bajar de la habitación del hotel le pedí a la recepcionista que me escribiera en japonés la dirección a la que me dirigía. Sabía que iba a tener que pedir indicaciones en el idioma local o inglés, no tenía ni idea que serían tantas.

Más allá que resulta casi una obviedad decir que las distancias y escala en Tokio son bien diferentes a lo que uno estaba habituado, cabe resaltar que su configuración urbana es muy particular también. Estrechos pasajes, como si fueran pasadizos secretos conducen a lugares –a veces no tan claros– que no figuran en ningún mapa. La densidad espacial se siente y el espacio intersticial puede ser explorado cual laberinto sin fin.

Al salir del hotel, lo primero que tenía que hacer era caminar a la estación de tren Minamisenju y desde allí tomar dirección al sur hasta la estación de Shibuya (donde se encuentra el famoso y multitudinario cruce peatonal). A pesar de que los tres días previos funcionaron como entrenamiento para moverme por la ciudad, honestamente es un poco abrumadora la sumatoria de gente, sonidos, cartelería, luces y un gran etcétera. Varias conexiones y paradas después llegué a Shibuya. El avance era enorme, pero ahora debía encontrar la calle que se correspondía con la dirección que tenía. Mientras tanto llovía, salía el sol, consultaba por  indicaciones, así en loop. Creo que desde el punto cero de esta aventura ya habrían pasado, al menos, dos horas.

Al salir de la estación comienzo a caminar pero sin tener remota idea, seguramente seguí pidiendo ayuda a cuanta persona me cruzaba. Estaba a ciegas, no había tenido una respuesta a mi mail, no tenía una visita agendada pero por lo pronto tenía un objetivo claro. En esa caminata –como una hora más– de repente diviso en la señalética el nombre de la calle (que luego sabría era un distrito) Hachiyama-cho y de tanta emoción le saqué una foto al cartel. Seguramente pensé, “perfecto es acá ya llegué”. Pues no, más caminata. En un momento recuerdo que el paisaje iba cambiando, se dejaban de ver edificios en altura y aparecían grandes  propiedades con jardines, estaba adentrándome en una zona residencial más conocida como el distrito de las embajadas.

Ya bastante cansada decidí que la aventura terminaba allí, no podía encontrar la dirección exacta del estudio. Cuando estoy dispuesta a deshacer mis pasos (probablemente con más rapidez que los hice) veo en una esquina unas pequeñas aberturas de formato cuadrado, enseguida las asocié con las utilizadas en su diseño de la Casa Experimental. No tenía duda que era ahí. Con la mirada posada en las ventanas recorrí aquella esquina donde no se divisaba un ingreso. Siempre recuerdo esta historia acompañada de la frase de algún docente de Facultad que dijo “entrada no es acceso” y aquí se hacía realidad: una raja en penumbra cortaba la hiedra que se extendía sobre un muro ciego. No había número de  puerta ni tampoco ninguna indicación de que ese fuera Atelier Phi. Igualmente decidí subir la estrecha escalera que me llevaría a un frondoso jardín. Haciendo un movimiento en L veo un gran ventanal y un zaguán con los zapatos de exterior, tal como se estila allí. Sin dudarlo me saqué las botas de lluvia y me puse un par de calzado de interior que había disponible y entré.

La sorpresa fue generalizada. Desde el fondo escuché una voz femenina que dijo “¡Ana!” y sentí un poco de alivio, además de hacerme saber que mi correo había llegado y afortunadamente alguien entendía qué  pasaba. Enseguida veo a Hiroshi sentado junto a un joven con el que examinaban atentamente un prisma de cartón. El resto de la escena se completaba con otros japoneses vestidos de camisa, corbata, pantalón sastre y el calzado de interior (unas pantuflas).

Muy serenamente Hiroshi se acercó y explicó al grupo lo que estaba sucediendo. Sereno y sonriente, con una actitud super amable teniendo en cuenta que había irrumpido en su lugar de trabajo. Me invitó a sentarme, nos pusimos a charlar y me explicó que no había contestado al correo porque estaban  trabajando sobre un proyecto –un concurso internacional– para la bahía de Taiwan. Me presentó a sus colaboradores que luego del shock inicial, dos minutos después, ya estaban todos enfocados en sus quehaceres.

Estuvimos conversando un rato y en un  momento sacó de entre libros y papeles un manojo de hojas fanfold (ese papel de plegado continuo con agujeritos en los costados). Tenía un listado con todos los nombres de las personas con las que había trabajado en sus visitas a Uruguay, me dio una lapicera y me pidió que anotara mi contacto. Seguimos charlando un poco más y después de un tiempo, con una elegancia nipona, me dio a entender –lo obvio– que tenían que seguir trabajando, pero que aproximadamente en una hora iban a cenar. Cortó un trozo de papel sulfito y empezó a dibujar un pequeño mapa donde marcaba la estación de Shibuya y un local en el que le gustaba comprar CDs y DVDs. Podría haberme dado por satisfecha con la visita pero honestamente ya estaba ahí y ya había roto (casi) todo el protocolo de un invitado. Por supuesto iba a volver para cenar. Me hice del pequeño mapa y salí rumbo a la estación de trenes. Tengo imágenes de mucho led de colores que contrastaban con la noche que iba cayendo.

Luego de un rato de caminata volví, la escena ya era otra, más distendida. Igualmente todos menos Hiroshi, creo que estaban un poco  asombrados de que hubiese vuelto.

Las mesas donde antes estaban concentrados trabajando se convertían en la superficie que iba recibiendo bowls con verduras salteadas y otros bowls con arroz que el propio Hara había cocinado. Probablemente los asesores seguían sin entender del todo qué sucedía pero la comida transcurrió de manera muy agradable. Pude sentir la hospitalidad japonesa en su máxima expresión.

Fin de la cena. Ahora sí, era también el fin de mi visita. Aproveché que el más joven del grupo, –quizás un estudiante que hacía una pasantía en el Atelier– dijo que iba hasta un kiosko cercano a comprar cigarros, me despedí de todos y salí con él rumbo a la tienda que estaba de camino a la estación. Podía verlo en su rostro, no entendía mucho pero ya venía siendo un poco atípico todo aquello. En un momento recuerdo que me miró con cara de asombro y me preguntó: Is he famous in your country? (¿Él es famoso en tu país?). No recuerdo bien qué le contesté pero seguro debo haber pensado “Pero cómo ¿acá no es famoso?”. Sin dudas fue el primer momento del día en que yo era la sorprendida. Nos despedimos y después de varias combinaciones de tren llegué a Minamisenju. Ya era tarde, probablemente medianoche. Al día siguiente lo primero que hice fue enviar un correo a mis padres para contarles sobre la visita a Hara. Estaba muy feliz.

A pesar de encontrarse en un contexto de vértigo –y un deadline que les pisaba los talonesen Atelier Phi parecía que todo tenía su propio ritmo. La improvisación me jugó una buena pasada y pude tener la fortuna de ser recibida con la autenticidad y calidez que seguramente Hara sintió durante sus visitas a Uruguay. Sin poses ni guion, esta breve visita resultó suficiente para permitirme ver a través de su trabajo y entender los detalles de las monumentales obras como pistas sobre su propia personalidad.

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